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Felipe Calderón

Fausto Fernández Ponte


I
En las casi seis décadas de ejercicio del periodismo --incluyendo unos 30 años en Estados Unidos--, este escribidor ha seguido de cerca, críticamente, a una miríada de presidentes de uno y otro países.

Y, a decir verdad, ninguno de esos presidentes ha sido tan inepto como Vicente Fox y George W. Bush y, aun a riesgo de incurrir en prejuicio, también Felipe Calderón.

Empero, al señor Calderón se le otorgaría el proverbial beneficio de la duda, pues está por iniciar su gestión como Presidente de la República que, en México, es el jefe del Estado y del gobierno.

Esa doble condición le otorga al titular del Poder Ejecutivo, en nuestra forma de organización política, un cúmulo de potestades metaconstitucionales que son, las más de las veces, autoritarias.

La mera unción de esas potestades y el estilo autoritario bajo las cuales suelen ejercerse nos confirman, no sin dramatismo que raya en lo espectacular, nuestra ausencia de democracia.

Cierto. El autoritarismo --que va desde el capricho banal hasta la decisión visceral, vengativa, facciosa, por móviles igualmente frívolos-- en el ejercicio del poder define esa ausencia democrática.

Y por si fuere magro lo anterior, esos poderes plenipotenciarios, más allá de nuestra Carta Magna, de los usos y las costumbres y las tradiciones y la cultura política y del poder duran seis años.


II
¡Seis años, sí señor! Seis largos años que son, para los propios mexicanos, un elongadísimo lapso de pesadilla. Durante un sexenio, el Presidente puede hacer lo que se le antoje y regaladísima gana.

Y esa regaladísima gana incluye yerros colosales, alevosía, premeditación y ventaja en el ejercicio de sus potestades tanto las constitucionales como las metaconstitucionales. Es un monarca.

Y monarca absoluto, añadiríase, es el Presidente durante esos seis años, aun en estos tiempos poszedillistas de un presidencialismo acotado y de contrapesos reales y/o supuestos.

Esa largueza de potestades metaconstitucionales acentúa ineptitudes, subraya torpezas, destaca cortedades intelectuales y políticas y, diríase también, miopías y estrabismos presidenciales.

Y no sólo eso. Tanto poder descorre los velos que suelen ocultar --o disfrazar-- las congruencias e incongruencias humanas. Al cíclope lo transforma en enano. Y al mastodonte en gusano. Literalmente.

Dicho de otro estilo, caro leyente, tanto poder sitúa a esos presidentes en su tamaño verdadero, en su dimensión real y en su naturaleza genuina, la de hombres mezquinos, egoístas, inferiores.

Tanto poder los embriaga. Los transforma, convirtiéndolos de embriones esperpénticos en cíclopes monstruosos. Tanto poder los corrompe. Dejan de ser generosos --si acaso lo eran-- y se envilecen.


III

Tómense al azar los casos de los señores Bush y Fox. El primero se erigió en virtual dictador de su país, hasta que el electorado lo redujo hace unos días a su verdadera condición pigmea.

El segundo --el señor Fox--, heredero de un poder como ningún otro mandatario absoluto en el mundo, llevó su autoritarismo a límites insostenibles de megaconstitucionalidad. Fue un presidente de adorno.

Un presidente decorativo, pues. De tramoya. Usufructuó gajes y prebendas propios de la investidura presidencial y de las potestades de ésta. Y realmente nunca trabajó. De hecho, vivió como un rey.

Sin hacer nada, pues no sabe hacer gran cosa este hombre patético, fantochón, echador, histriónico y bufonesco y, como añadido, inepto a más no poder. Un gigante con los pies de barro. O de trapo.

¿Y el señor Calderón? Aunque el beneficio de la duda podría encender la fogarata de la esperanza, ciertos indicios nos describen que don Felpe no inspira expectativas al pueblo de México.

¿Por qué? Para empezar, porque es el resultado de un fraude electoral adobado son risibles premisas falsas y silogismos de dudosa laya jurídica y de evindetísima inmoralidad y carencia de ética.

El Tribunal Electoral concluyó, en su sapiencia crematística, que es preferible un fraude electoral que a contar voto por voto y convocar nuevas elecciones. Es el menor de los males.

Ello ha situado al señor Calderón bajo el manto de la espuriedad, elegido sólo por 15 millones de un universo de 72 millones de electores. Y a eso le llaman democracia.
De esos 72 millones, deducimos los 15 millones para don Felipe;
40 no votaron, 15 millones por Andrés Manuel López Obrador y el resto por Roberto Madrazo y los otros candidatos.

Sin esa representatividad, ¿cómo podrá gobernar El Espurio? Como un Presidente Decorativo, como el señor Fox. Y con la agravante de que
que, al igual que don Vicente, carece de oficio político.


ffernandezp@prodigy.net.mx

ffernandezp@diariolibertad.org.mx

faustofeles1@yahoo.com.mx

http://elgritodelpueblo.blogspot.com

Glosario:

Elongadísimo: relativo a elongar. Alargar, estirar; hacer algo más largo por tracción mecánica.

Plenipotenciario: con poderes plenos.

Unción: acción de ungir o untar.





Infiernillo

Ni Salinas ni Zedillo...

Por Faustófeles


Que Calderón no es Salinas

ni Zedillo ni don Chente

es asunto impertinente

y no cosa de letrinas.



Editorialito

Tortura y Simulación

Por Edi Torcito



En México la simulación es nuestro estilo de vida. Todo lo simulamos. Simular es parte de nuestra idiosincrasia, secuela, pensaríase, de nuestra experiencia histórica. Simulas, pues, y pretendemos ser lo que no somos o no ser lo que sí somos. Ello es particularmente obvio en la cultura del poder y con énfasis en la administración de justicia. Los poderes federales y de los estados responsables de procurar e impartir justicia son notoriamente corruptos y viven en la práctica de la simulación. La procuración de justicia se traduce en la fabricación de delitos y delincuentes mediante la tortura física y una forma perversa de ésta, la psicológica. Esta se aplica para obtener confesiones de personas inocentes y de esa guisa dar por aclarados crímenes. Esta práctica es preocupante, a lo que se suma que el propio Estado mexicano minimice y desestime las denuncias de tortura. Ante esa lacerante realidad, cada día es mayor el número de casos en los que la propia sociedad se hace justicia por mano propia y eso es también conturbador. Estamos los mexicanos atrapados en las zarpas de una hidra de dos cabezas y el desenlace es, no por predecible menos aterrador: el caos.





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