I
En un debate convocado por cierta expresión organizada de la sociedad civil en el Palacio Legislativo, este escribidor sostuvo, en su turno, que México corre grave peligro.
--¿Y cuál es ese peligro tan grave? --inquirió uno de los debatientes, un priísta prominente, a quien coreó con vehemencia un perredista también de conspicua ralea.
--Nosotros mismos --respondió el escribidor.
--¡Explíquese! --demandó otro debatiente apellidado Gómez.
--¿Por qué nosotros mismos? --preguntó cierto Ornelas.
Otro de los congresados en ese iluminadísimo vestíbulo del edificio E del ciclópeo complejo Legislativo, ironizó: "Usted dice que somos un peligro para nosotros mismos".
Hubo algunos cuchicheos, pero éstos se disiparon gradualmente conforme la interpretación dada por el debatidor más reciente, un tal José Pérez, se asentaba pesadamente.
--Ya entiendo --dijo uno, el académico Antulio Vélez, cerrando los ojos como si hubiese caído en un trance de meditación y estuviese viendo lo que los demás no veían.
Y, otro, con ánimo arrebatado, Pedro Santajuana, afirmó: "Se ha encendido mi conciencia". Hizo una pausa dramática y dijo: "No tenemos conciencia de que nos estamos hundiendo".
II
Esta reseña es, ya lo habría adivinado usted, caro leyente, una versión caricaturizada --exagerando detalles deliberadamente-- de cierta ocurrencia ficticia.
Ante las reacciones de los debatidores, este escribidor optó por decir entre dientes, como para sí mismo, que "el arte suele imitar a la vida y viceversa".
Mascullado que hubo esa proverbial perogrullada, el escribidor aludió a un personaje ficticio de la literatura universal, Gregorio Samsa, a quien el leyente identifica.
Pues bien, este Gregorio literario era un viajante de géneros en la Europa Central de entre siglos XIX y XX que, no obstante su adultez treintañera, vivía en la casa familiar.
La historia de Gregorio empieza una mañana de cualquier día cuando al despertarse descubre con predecible sorpresa y horror que tiene un cuerpo de insecto.
Se levanta apresuradamente y se mira en el espejo: tiene, en efecto, cabeza de mosca. Una calamorra monstruosa, mofletes convexos, ojos oscuros y a la vez transparentes.
Mira, luego, al resto de su cuerpo. Horrible. Y empieza a palparse con sus extremidades. Se explora la cabeza. Y examina con la mirada lo que tiene ante sí, en el azogue.
III
Mientras más detenidamente se observa a sí mismo, Gregorio va tomando conciencia de su situación, acostumbrándose a ella. Resuelve aceptarse como es y llevar su vida como siempre.
Así, asume su anormalidad y la traduce, en su conciencia, en normalidad. Nada puede hacer. Y sale de su habitación, ya vestido, y se dispone a iniciar su jornada laboral.
Sus padres, sus hermanas y su jefe tratan de disuadirlo. Pero él le pide a su jefe el catálogo de géneros y se apresta a continuar sus rutinas como si nada hubiese ocurrido.
Su jefe, asqueado, le advierte que sus clientes se horrorizarán y no querrán recibirlo. Inclusive, sus propios familiares lo evitan; una de sus hermanas se enferma.
¿Kafkiano? Por supuesto. Gregorio es un personaje de la novela La metamorfosis, de Franz Kafka, celebrado por sus escenarios absurdos y personajes anormales.
En México, vivimos en una situación anormal que los mexicanos asumimos como normal. Nos hemos acostumbrado a esa situación anómala. Y no vemos lo absurdo de nuestra realidad.
Allí reside el peligro. Aceptar la monstruosa anormalidad como normalidad. Y más que la rareza, el peligro que corre México es, precisamente, aceptar lo anómalo.
Glosario:
Conspicua: ilustre, visible, sobresaliente.
Mascullado: hablar entre dientes o pronunciar mal las palabras.
Moflete: carrillo demasiado grueso y carnos, que parece que está hinchado.
Perogrullado: verdad o certeza que, por notoriamente sabida, es necedad o simpleza el decirla. Ralea: especie, género, cualidad.
