I
Decíamos ayer, caro leyente, en nuestra hiperbólica reseña de un supositicio debate acerca de los problemas de México y cómo superarlos, que nuestro país corre gravísimo peligro.
También decíamos, en igual vena de seriedad, que ese peligro no reside en que vivimos normalmente en un entorno de anormalidad, sino en el hecho de aceptar pasivamente ésta.
Y decíamos que al asumir como normalidad la anormalidad --el contexto absurdo de la vida nacional--, los mexicanos vivimos peligrosamente. Muy peligrosamente.
Describíamos igualmente aquí el meollo temático de La Metamorfosis, la novela de Franz Kafka, cuyo personaje central, Gregorio Samsa, se despierta un día siendo mosca.
Samsa, tras el inicial choque y sacudimiento, se acepta a sí mismo en su nueva situación. Y asume como normalidad su monstruosa anormalidad de insecto.
Samsa piensa que si él se acepta a sí mismo como insecto, todos los demás deben aceptarlo en su nueva forma. Y resuelve continuar como si nada su trabajo de vendedor viajero.
De esa guisa, calificamos de kakfkiana cualesquier escenarios anómalos, a las rarezas tangibles e intangibles, a realidades objetivas o subjetivas que registramos.
II
Así, si una metáfora describiese esa realidad, podría decirse que estamos sobre la precaria estabilidad de la proverbial cuerda floja. Caminar por el filo de la navaja.
Pero, ¿cuál es, en verdad, el peligro? Objetivamente discernido, el peligro consiste en que los mexicanos pierdan la posesión más preciosa, su país. Que perdamos México.
Ello, desde luego, no significa que desocupemos este territorio --que es, junto con sus habitantes y su gobierno, el Estado mexicano-- y nos mudemos en masa a otros ámbitos.
No. No significa eso. Significa que continuaremos viviendo en una casa que en la práctica ya no es nuestra, aunque jurídicamente --según la Constitución-- es propia. Nuestra.
Más aún, los propietarios de hecho --que no de derecho-- de nuestro territorio no nos dejarán abandonar la casa; lo opuesto, nos mantendrán encerrados, para no emigrar.
Y es que por convenir así a los intereses de los propietarios de hecho, los ocupantes de esa casa --nosotros-- asumiremos los costos de darle mantenimiento.
Y pagar impuestos por ocuparla: predial, por consumo de agua, de energía eléctrica, por uso del servicio de teléfono, porque legalmente la casa es nuestra, pero en la realidad no.
III
En esta metáfora, la casa es México. Es una casa tan grande todavía que, parodiando a López Velarde en Suave Patria, el tren parece cosa de juguetería.
Es México una casa con enorme patio. Muchas riquezas en su interior y en el subsuelo. Riquezas que los dueños de hecho se llevan sin que podamos evitarlo. No queremos evitarlo.
Absurdo, desde luego, Kafkiano, sin duda. Aberrante, ciertamente. Anormal. Pero aceptamos esa anormalidad y la asumimos como normalidad. Tal es nuestra conducta.
Y a todo ésto, ¿quiénes son los propietarios de hecho de México? Son los que conforman una élite de las élites, la del poder real, el de los grandes consorcios trasnacionales.
Esos consorcios saquean a México. Nos roban a ciencia y paciencia nuestra y en contubernio y complicidad con la élite de las élites local. Influye decisoriamente en el Estado.
Las trasnacionales de Estados Unidos tienen la protección del Estado estadunidense; las de España, la del Estado español; las de Inglaterra, la del inglés.
Esos estados, a su vez, influyen en el nuestro, habiéndole arrebatado la rectoría en materia económica y financiera. Esa es una anormalidad que aceptamos. Como Samsa.
Glosario:
Supositicio: fingido, supuesto, inventado.