I
Las noticias de la violencia en las calles y otros sitios públicos de Acapulco le dieron la vuelta al mundo ya que esa ciudad es una de las mecas y medinas del turismo internacional. Cada día son asesinadas varias personas. Y aparecen cadáveres por doquier.
Esas muertes --ejecuciones-- de sicarios del narcotráfico y de ciudadanos ajenos a éste, los secuestros y levantones y atentados a policías, periodistas y militares nos describen una realidad insoslayable que es, por añadidura, espeluznante.
Acapulco, era soterrada e insospechadamente, una capital del tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas. Las organizaciones dedicadas a ese execrable comercio se han establecido ahí y montado su cuartel de operaciones en todo el país.
Además, esa ciudad --de enorme atractivo para estadunidenses y europeos-- representa un mercado de consumidores enorme y, como agregado, creciente, como un potencial halagüeño para quienes medran con el tráfico de estupefacientes y psicotrópicos.
Esas eran --son-- las columnas de Hércules de otro fenómeno corrosivo y presente en la historia de México: la corrupción, el del tráfico de favores y deberes constitucionales y su comercio impune y cínico. Además de drogas todo se vende.
Y se vende bien. Se vende la justicia, mercadería que no se pudre ni se devalúa, sino lo opuesto: adquiere plusvalía con el tiempo. Se vende la complicidad y se comercia con la voluntad política.
II
La enormidad actual y potencial de ese mercado de consumidores de drogas se sustenta sobre los turistas extranjeros y mexicanos, lo cual crea otros mercados del crimen: pornografía, trata de humanos (menores de edad), mujeres, etcétera.
Pero Acapulco siempre fue un edén de la delincuencia organizada. Su complejidad socioeconómica --su tejido social-- y la balcanización del poder político la convirtieron en entorno de aventura inconfesable y quehaceres en penumbra. Sede del reventón.
Y sede de lo inesperado que todos sus visitantes y lugareños esperaban. Sede de giros y sesgos que rayan entre lo deseable y deseado y lo indeseable e indeseado. Ciudad de frenesí y de pecado. Y de lo incansable, en una vorágine de mundanal ruido.
Se sospechaba, pues, que allí se iba a descansar para no descansar. De recreo incesante, prohibido y prohibitivo. Hasta agotarse. Y caer cuando los sentidos llegaren a su límite y traspusieren el umbral de la resistencia finita. Paraíso inasible.
Se entendía que Acapulco fuese así, de esa guisa de inestabilidad pecaminosa, ajena a los entreveramientos demográficos y traslapes sociales y societales que por sus contradicciones laceran el alma. Telón de fondo contrastante y dramático.
Pero hoy es Veracruz, situado en las antípodas de Acapulco, una sede de la violencia. Ciudad otrora de reposo, ambiente cadencioso y relajamiento vital y entornos plenos de historia, leyendas, romanticismo y magia y asiento de la mitología del mito estrujado por la violencia.
III
La violencia --que siempre ha existido en el estado de Veracruz, como en el de Guerrero-- se ha aposentado en el corredor urbano que abarca la ciudad portuaria de Veracruz y las adherencias conurbadas y hasta Xalapa misma, la capital.
Ello nos descorre los velos de una realidad no muy distinta a la de Acapulco: la existencia de un colosal mercado de consumidores de estupefacientes y psicotrópicos. Ese mercado es, de hecho, uno que crece exponencialmente.
Por ello hay ejecuciones en sitios públicos. Hay desencuentros entre cofrades del crimen y entre éstos y los policías locales e intercambio de violencia con arsenales de alta tecnología que incluyen armas de guerra, como granadas.
Se libran batallas, literalmente en varios teatros: uno de las organizaciones entre sí; otro el de éstas con las autoridades políticas depositarias legales de coacción. Y un tercer frente: el de la ciudadanía inerme e inocente.
Esos actos de violencia reciente tienen su propia dialéctica, la cual nos descubre una realidad que algunos gobiernos locales --municipales y estatales-- conocen y de la que son cómplices por los imperativos de la corrupción.
Esta es rampante. Crece a la par de consumidores de estupefacientes y psicotrópicos. Este es un mercado de niños, adolescentes y adultos jóvenes que, a diferencia de lo que ocurre en Acapulco, son del lugar, no visitantes.
Veracruz está dopado, diríase en cierto argot del deporte organizado para la corrupción y el control social. De esa realidad monstruosa somos responsables todos, en Veracruz y el resto del país, por nuestra complicidad con la corrupción del poder.
Glosario:
Halagüeño: Que halaga. Que lisonjea o adula.
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