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Texcoco Atenco

Fausto Fernández Ponte

4 de mayo de 2006

I
De los sucedidos violentos en Texcoco y Atenco, en el estado de México, desprenderíanse varias moralejas y, desde luego, un cúmulo de lecciones para todos los mexicanos.

Las moralejas obvias --por palmariamente evidentes-- son, a nuestro modo de ver las cosas, las que siguen:

1) La ciudadanía, en particular la inserta en la dramática cultura de la subsistencia y la precariedad, está harta del estado que guarda el país y, por añadidura, desesperada.

2) Y desesperado también está el poder, cuya potestad coactiva se aplican bajo premisas distorsionadas de "ellos"--el pueblo-- contra "nosotros", el gobierno.

En los personeros del poder --desde la alta jeraquía hasta la infanterías rasa-- muéstrase, con salvaje exhibicionismo, un falso espirítu de cuerpo que no oculta la lucha de clases.

La conformación de estas moralejas se da en una enorme y cavernosa oquedad. Existe un vacío insondable --diríase que abisal-- de poder, el formal, el del Estado y el gobierno.

Ese vacío tiene, en su turno, modalidades perversas, siendo reemplazado rápidamente por una miríada de poderes fácticos, incluyendo los del crimen organizado.



Y, por otro lado, el vacío de poder es generalizado.

II

Esta apreciación es un verismo. Más allá de la instancia federal percíbense e identíficanse otros vacíos de poder en el ámbito de estados y municipios. Los vacíos conforman uno.

Ese vacío es espectacular, por múltiple, secuela de su propia dinámica. El vacío de poder sufre una metamorfosis mimética. Hay, pues, vacío de autoridad y de mando.

Y como todo vacío de poder, no existen ejes de control mediante la violencia legítima --la del Estado-- y el uso y abuso de los mecanismos de normatividad coactiva.


Menciónese que sin coacción controlada --sin contrapesos prácticos, morales o éticos--, la intolerancia y la cerrazón arrogante del poder asoma sus babeantes fauces.

Ante ello, la posibilidad de diálogo tórnase inviable. El garrote impera. La obcecación prevalece. Las propuestas de negociación son desoídas en el fragor de la brutalidad.



Así, los conflictos devenidos de la desigualdad estructural y políticas coyunturales del Estado en todos sus niveles tienen desenlaces como el de Texcoco y Atenco.

Ello nos lleva a identificar un hilo conductor en la dialéctica de sucedidos que en otras partes de México precedieron a los ocurridos en Texcoco y Atenco.

III

Adviértese, desde luego, un continuum: una progresión de manifestaciones sociales variopintas, engarzadas en una hebra que le otorga el atributo de continuidad sin fin.

Esas manifestaciones se remontan a medio siglo atrás y abarcan un amplio compás de tres generaciones, según la fórmula de Luis González y González.

Este historiador preclaro planteó que la intensa experiencia histórica de México define una generación por tres lustros, no cuatro o cinco, como en otras latitudes.

Y, cierto antójase, caro leyente: cada 15 años asume una nueva generación, no solamente en la del ejercicio del poder, sino también en otros aspectos de nuestra existencia social.

Esa intensidad desgasta a las generaciones. Estas nacen y se desarrollan aceleradamente y se debilitan y fenecen pronto, desfasadas, ajenas a la languidez trasgeneracional.

Esto nos indica la presencia insoslayable de un ambiente en constante ebullición, alimentada esta última por crispaciones propias de conflictos de poder no resueltos.

Antonio Gramsci adquiere relevancia: vivimos en la lucha entre un sistema que no acaba de morir y otro que no acaba de nacer. Vivimos la dualidad misma de nuestra historia.

Abisal: abismal.
Oquedad: insustancialidad de lo que se habla o escribe.
Palmariamente: de muy modo muy patente y claro.


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